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martes, 29 de junio de 2010

Texto de Walter Kohn

El Chaleco

Por Walter Kohn

1979, invierno. Última hora de clase, ya estaba oscuro y las luces del aula rebotaban por las paredes. Por la mañana habíamos tenido educación física en el campo de deportes.

El docente que debimos tener no fue, y por ende tuvimos el privilegio de ser celados por el mismísimo Perrumpato, celador de celadores! Como un subversivo de juguete, me encontré detonando un inocente e inusitado acto de rebeldía.

Estábamos por entonces cursando nuestro tercer año en el elitista establecimiento. Pero parecíamos no saberlo…

Aburrido y con ánimo de sobrellevar esos cuarenta silenciosos minutos, al responsable de la autoridad luego de llamar la atención de un alumno por musitar palabras sin autorización, se le ocurrió, destacar públicamente el descuidado estado del atuendo que portaba. Tenía barro seco en uno de sus zapatos (que provenía del campo de deportes). Por entonces, la costanera, lo que hoy es puerto madero, solían ser pastizales, adoquines, palomas, ratas, depósitos abandonados… y barro.

Para demostrar cómo debía lucir un alumno tipo, llamó a otro alumno más, pero este calzaba mocasines! Cual desfile de modelos, dio inicio a su entretenimiento personal, marcando aquella indumentaria que no seguía los preceptos del “Reglamento del Colegio”. Iniciando desde su derecha, como corresponde, (… o nuestra izquierda… será por eso??), fue llamando uno por uno. Señor, párese…, ese pantalón es muy claro. Señor, párese… ese saco no es un bléiser. El bléiser no tiene cosido el escudo, no puede llevarlo con un prendedor, etc. Mi baja estatura hizo que estuviese siempre dentro de las primeras filas. Por ello, más temprano que tarde, me llegó el turno. Párese,… bien, ábrase el saco… ese pullover no es azul! Pensé para adentro, tampoco es un pullover! Era un chaleco. Un chaleco celeste oscuro, jaspeado o mezclado con gris. Unas semanas atrás me lo había regalado para mi cumple, una amiga de la infancia y me encantaba! Me guardé el dato, e intenté sostenerlo como apto para su uso. Entonces le dije casi de inmediato… Es azul! Cuando se prestaba para continuar con otro, volvió a mí y me dijo en forma sobrada, Ah, sí! Y fue ahí donde tropezó con su primer error, mostrarme que las cosas son, no por lo que son, sino porque a él se le cantaba que así fuera (hoy en el barrio le decimos “El que la tiene más grande”!) Obstinadamente y sin pensarlo un minuto, reforcé con un –Es azul! – ya no había retorno-. En el aire se sentía que algo estaba mal. Miró para otro lado, volvió la mirada, dijo, Señor, eso no es azul! y desafiante llamó a mi compañero de banco, para que me dijese el color verdadero de mi abrigo de lana. A ver Ud!, dígale al Señor de qué color es su pullover?!... Y… siii…, azul! (nos hundíamos juntos!!). Lo que era evidente, ya no lo era tanto. De inmediato y ofuscadamente, quiso diluir la rebeldía buscando coherencia en alumnos más comprometidos con el saber, así que fue por aquellos distinguidos. Uno de ellos, Rodolfo, se sentaba detrás de mí. Giro; estiro la prenda para su observación y busco la mirada de mi compañero. No obtuvo otra cosa que una férrea y corporativa defensa, del cada vez más azul pullover. Decidió someterlo a consenso, y por lo visto, la democracia no le sentaba bien. Más bien se repelían. Decidido a jugar su carta más fuerte, apeló a lazos más estrechos; llamó a compañeros míos que comulgaban o simpatizaban con el por entonces influyente “Opus Dei”. Desconozco si quedar afuera de la copa en el 82, la derrota de Malvinas, o el posterior advenimiento de la democracia, lo desequilibró tanto como por entonces oír de uno de ellos admitir un: Es un azul clarito… pero sí, es azul!

Pero no todo resultó en victoria. A Dios gracias, las cosas pudieron quedar en lo anecdótico y retornar a la cordura sin necesidad de pasar a mayores. Finalmente, demostró por qué estaba donde estaba. Su aguzada visión, le permitió ver la luz dentro de la tenebrosa y desafiante penumbra. Eligió a su víctima. Puso a confrontar a aquel que sabía que le pesaba mucho un acto de insurrección en masa. Aquel que otrora supo traer marcada la cara con los cinco dígitos paternos. Y, el gordo claudicó! Cerró con un - Es celeste! Y acto seguido, pasó a ser el alumno modelo. Este es un alumno ejemplar!, traiga sus cosas y puede retirarse… El resto se queda en séptima hora a leer Platón! Como fiel reflejo de lo que era la Dictadura, consideraba un castigo por portarse mal, leer la “República de Platón” (cuando podríamos estar en casa disfrutando de polémica en el bar!).

En fin, lo disfruté como cuando alguien tira una piedra en un estanque de agua y se queda contemplando como la onda se propaga hasta agotarse. Solo unos cuantos meses atrás desaparecían compañeros por cosas tan poco como eso.

1 comentario:

  1. Muy bueno, Walter! Seguís siendo un porfiado y por eso me caés bien. Un abrazo.

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