Seguidores

martes, 15 de junio de 2010

Texto de Hernan Gaffet

La felicidad no siempre es alegre.

Celebro que mi propuesta de tomar la muerte de Maniglia como punto de partida para el documental que proyectamos realizar, haya sido aceptada. Para aquellos que no estuvieron en la anterior reunión, doy mis razones.

Hasta 1978, es decir, hasta mis dulces 14 años, para mí la muerte era algo doloroso. Hasta entonces nadie me había despertado odio, rencor o desprecio, y por lo tanto, no se la deseaba a nadie. Aún hoy son sentimientos que lucho por evitar. Mi único encuentro cercano con la muerte había sido a través de mis abuelos y así, era para mí, algo profundamente triste.

Yo venía de egresar de una escuela primaria del Estado cuyo Director era una gran persona, un maestro de alma. Un hombre querido y respetado por alumnos y profesores. Por eso para mí, la máxima autoridad de una escuela o colegio era alguien por lo menos respetable.

Un sábado de mayo de 1978, estaba en el campo de Deportes del CNBA. Ya sabía por entonces que el colegio había cambiado mucho con respecto a los tiempos previos al Golpe. También sabía que ese sistema disciplinario no era acorde a un colegio. No era normal que me trataran de "pichón de subversivo" por el solo hecho de contestarle a un preceptor, o que un centímetro de pelo más largo pudiera ser poco menos que inmoral. Tampoco era normal que ciertas ceremonias como la fila para moverse por los pasillos tuviera ese aire marcial, que solo podía asociarse a lo militar. Aún no había leído nada de política (me interesaba poco, debo confesar), no se me ocurría militar en un partido, ni siquiera en el centro de estudiantes. Creo que aún estaba deslumbrado por el Colegio mismo, ese templo del saber con aspecto de templo, y obviamente por las chicas, esa especie tan misteriosa como fascinante, que desconocía por haber estado en primaria de varones.

Aquel sábado llegó la noticia de que había muerto el Rector. Una embolia cerebral, al menos eso creo recordar. De pronto, muchos, la gran mayoría de años superiores, empezaron a celebrar abrazándose, con la felicidad hecha grito, abrazo y lágrimas. "Se murió el viejo hijo de puta! Se murió Maniglia!". Entraron autos al campo y haciendo sonar las bocinas, con algunos subidos a los techos, daban la vuelta olímpica a la cancha más grande. Se festejaba una muerte, la del rector. Yo sabía que era una buena noticia, que era para estar feliz, pero no me sentía alegre. Confieso que actué adhesión y me sumé al carnaval. Poco después supe que el occiso era tan despreciable como a quienes y a qué representaba, y dejé de llevar en el bolsillo esa pelusa de culpa que me acompañó un tiempo.

No me sentía alegre porque aún hoy, como entonces, sigo rechazando que para vivir mejor haya que matar. Aunque sea la Muerte la que mate y no un arma.

Ese día empecé a preguntar y escuchar. Abrí los ojos. Empecé a entender en qué Colegio estudiaba. A entender en qué País vivía. Empecé a ver los infinitos grises entre el blanco y el negro, Gristelli incluído. A entenderme como Ciudadano antes que como habitante. Empecé a hacerme Amigo de mis compañeros. A comprender porqué el Amor podía ser tan dulce como doloroso. Sobre todo empecé a entender que para ser feliz había que ser libre, pero la Libertad no es el estado natural del hombre y debe pelear por serlo.

La lógica de los sentimientos me arrastra a la melancolía por aquellos años en lo que todo era descubrimiento, pero no. Prefiero la felicidad de saber que lo compartí con gente que hasta hoy amo, aún aquellos a los que sólo veo en eventos de aniversarios, por casualidad en la calle o en fotos un poco borrosas. Antes de las redes sociales cibernéticas nosotros tejimos ese no sé qué indestructible, tan delicado y sutil como desafiante. Ni la peor dictadura ni la más imperfecta democracia pudieron cortarlo. Aunque mañana se pudra internet, seguiremos encendidos y conectados.

Aunque la felicidad no siempre sea alegre.

Hernán M.L.Gaffet, 15 de junio de 2010.

Alias Pingorotudo Smith en ADS

1977-1979 en la 8va división del CNBA

1 comentario:

  1. Cuento mi experiencia: ingresé en el 77 en el turno mañana, y mi preceptor era Kember Urquiza. El personalmente llamó por teléfono a mi casa aquel día de 1978 y habló con mis padres para cerciorarse de que iríamos al velatorio que se hacía en el Colegio. Mis padres decidieron que había que ir, y fuimos, como fuimos al Coloquio, a simular. Por esos días desapareceiron varios amigos y conocidos de mi familia, vivíamos con pánico, y a pesar de eso mi papá continuaba con su militancia gremial y política. La verdad, yo no me alegré por la muerte de Maniglia, como no me alegré porque Argentina ganara el Mundial del 78 ni salí a festejar. En esos días no había nada para festejar, ni siquiera esa muerte que no cambiaba nada.

    Dice Hernán "Ya sabía por entonces que el colegio había cambiado mucho con respecto a los tiempos previos al Golpe". Pienso que no es un detalle el hecho de que Maniglia fue elegido rector en el 75, durante un gobierno elegido democráticamente (cuando Ivanissevich interviene la Universidad).
    Tuve la suerte de egresar en el 82 sintiendo que las cosas habían cambiado, no solo la situación política sino las cabezas de muchos de nosotros que esta gente se había empeñado en conquistar. Y eso no lo cambió una muerte, lo cambiamos nosotros haciendo entre otras cosas, ADS.
    valeria hasse

    ResponderEliminar